Para poder construir hay que
de-construir…
PROCESO
“DE-CONSTITUYENTE” Y CONSTITUYENTE
Por: Fernando Dorado
Esa iniciativa – que de
acuerdo con el jefe de los negociadores en La Habana, Humberto de La Calle
Lombana es una opinión personal – coincide con la exigencia que vienen haciendo
las FARC en el sentido que la refrendación de los acuerdos de paz que se firmen
en La Habana, deben aprobarse mediante ese mecanismo o procedimiento
constituyente.
Aunque la insurgencia armada
no lo ha planteado en forma precisa, sus pronunciamientos al respecto están en
la dirección de proponer formas directas de elección de delegados o
circunscripciones especiales para comunidades campesinas, indígenas,
afrodescendientes, desplazados y otros sectores sociales. Esta propuesta
claramente tiene la intención de asegurar una representación suficiente para
poder impulsar sus propuestas y forcejear en mejores condiciones con las
fuerzas tradicionales que sean elegidas en ese cuerpo colegiado.
Es evidente que el gobierno
no va a aceptar esa propuesta. A lo sumo le concederán unos cupos específicos
para los guerrilleros desmovilizados, pero el grueso de la representación, si
se llegara a concertar tal mecanismo, sería elegida por el voto universal y
secreto. Es más, si este asunto se llevara a una consulta popular lo más seguro
es que las grandes mayorías no estarían de acuerdo con ese tipo de
representación exclusiva.
Pero a pesar de la
importancia que puedan tener los mecanismos y cupos de representación, el
problema de fondo es otro. Para poder impulsar y desarrollar un efectivo y
transformador “proceso constituyente”, la sociedad colombiana en su conjunto,
necesita un espacio y un tiempo “de-constituyente”. ¿Qué significa este término
o categoría?
Sería una fase o etapa de la
vida colombiana en donde la sociedad sacara toda la “suciedad” y basura a la
puerta de la casa. Todo lo caduco y casi muerto debe ser develado y cambiado.
Lo podrido y corrompido, que huele a leguas a descomposición, debe ser
desechado. Lo atrasado, falso, aparente y artificial que hay dentro de unas instituciones
hechas con base en el molde liberal europeo pero que en la realidad se
convirtieron en unos adefesios institucionales de tipo colonial, deben ser
barridos y reemplazados por organismos verdaderamente democráticos, surgidos de
nuestra historia y tradición popular, inventados para nuestra particularidad
especial, con nuestra greda y sabor.
Es claro que un proceso de
ese tipo requiere un ambiente de convivencia pacífica para que la sociedad
pueda reconocerse a sí misma. Para que pueda desenmarañar y descubrir las
trampas y timos que tiene el Estado para mantener su poder colonial,
patriarcal, anti-democrático, excluyente, discriminatorio, manipulado absolutamente
por los intereses privados de los grandes capitalistas transnacionales, al
servicio de los poderosos latifundistas, y cooptado por las mafias de diverso
tipo que existen en Bogotá y en todo el país.
En ese tramo de tiempo y en
ese ambiente “de-constituyente”, la sociedad colombiana se puede reconocer en
su diversidad geográfica e histórica, étnica y cultural, de género y de
diversas clases sociales, empezando a valorar lo que realmente debe servir para
“reconstituir” la Nación, a partir del esfuerzo de millones de personas que son
las que producen la riqueza, defienden el medio ambiente, garantizan el
suministro de comida y prestan innumerables servicios a la sociedad.
Precisamente para eso es que
necesitamos la “paz”, así sea imperfecta, limitada, “perrata” como la he
llamado, es decir, un clima de convivencia con una reglas mínimas de respeto y
consideración por las múltiples expresiones sociales y políticas que deberán
surgir – y ya están apareciendo – para intervenir con plenitud y exuberancia en
el diseño institucional del “nuevo país”.
Claro que no se van a acabar
las confrontaciones. Por el contrario, saldrán a luz nuevos conflictos que han
estado reprimidos y represados por efecto de la conflagración armada. Pero
tendremos que crear las condiciones para resolverlos por la vía pacífica, con
acuerdos, consensos o recurriendo a elecciones y otros tipos de decisiones
consultadas y aprobadas por las mayorías.
Aspirar a la convocatoria inmediata
de una Asamblea Nacional Constituyente para refrendar los acuerdos de paz es
completamente errado e inoportuno. Se requiere pasar de la “de-constitución” a
la “constitución”. En los países vecinos el proceso “de-constituyente” se
realizó durante más de una década, en donde el pueblo se manifestó con inmensas
y poderosas movilizaciones populares que derrocaron y expulsaron presidentes
neoliberales.
En Colombia eso no ha podido
suceder por la existencia de un conflicto armado instrumentalizado por el gran
capital. Por algo, en medio de la guerra las empresas transnacionales han
fortalecido su presencia y dominio, y la economía “colombiana” – que está en
sus manos monopólicas – ha pasado a ser la tercera de la región. A pesar de que
se han desarrollado heroicos levantamientos sociales, éstos han sido muy
parciales y limitados, tanto en la fuerza como en su contenido, dado que se han
reducido a reivindicaciones sectoriales, sin que se haya puesto en jaque la esencia
de la política del régimen neoliberal.
Por ello las fuerzas
democráticas y populares llegarían con una baja representación a esa asamblea
constituyente, frustrándose cualquier posibilidad de cambio. Sería un tremendo
aborto, algo parecido o similar a lo ocurrido en 1991. Del afán solo queda el
cansancio.
Las fuerzas democráticas
colombianas están en mora de discutir francamente esa propuesta de la insurgencia
armada. Vemos cómo hábilmente algunos sectores de derecha la recogen – como
Néstor Humberto Martínez –, porque saben que pueden fortalecer su capacidad política
para implementar la segunda fase de neoliberalismo que tanto necesitan.
Vuelve y se equivoca la
guerrilla. Vuelve a confundir sus deseos con la realidad. Vuelve a creer que
las grandes mayorías les van a dar su apoyo constituyente. No sabemos cómo o de
qué información sacan esas conclusiones. Parecieran estar en una especie de
autismo cuando la realidad es totalmente contraria a sus deseos.
O claro, puede ser que se
fíen de la opinión de una serie de intelectuales, profesores universitarios y antiguos
militantes de izquierda que, – desde sus escritorios, cátedras y delirios –
sueñan con un levantamiento popular por “justicia social” que cambiaría de un
momento para otro, por obra del espíritu santo o de algún otro milagro, la correlación
de fuerzas en Colombia a favor del pueblo.
Así, según ellos, en vez de
concretarse un proceso de paz, lo que puede ocurrir es que la insurgencia llegue
directo al Palacio de Nariño al estilo de lo que hicieron los bolcheviques en
el Palacio de Invierno. ¡Claro, soñar no cuesta nada!
E-mail: ferdorado@gmail.com
/ Twitter: @ferdorado
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