La poca importancia que se les da revela un problema estructural.
Por: Daniel Mera Villamizar
Las instituciones educativas no solo tienen a cargo el desarrollo cognitivo y moral de sus estudiantes, sino la formación de habilidades no cognitivas, del carácter, y en el caso de muchas instituciones oficiales, funciones con el entorno social o comunitario vulnerable. ¿Cuentan con la concepción, el desarrollo organizacional y el talento humano para cumplir con este rol complejo? No.
Una forma de verlo es a través del estado de la orientación escolar. Actualmente es un cargo, cuando debería ser una área. Y tal vez llamarse de modo más amplio, pues las necesidades a atender exceden lo propiamente escolar. Esta área requiere perfiles de licenciados en pedagogía u orientación, sicólogos y trabajadores sociales con competencias específicas, principalmente, y no que un profesional, a veces sociólogo, vea cómo puede defenderse solo.
Eso, cuando hay orientador escolar en la institución educativa. En cientos y cientos no lo hay. Los sindicatos de docentes y las administraciones territoriales certificadas discuten sobre el número de estudiantes por cada docente orientador. Que 250, que 500, que 650, porque la ley y la comprensión pública están atadas a la idea de una plaza de servicio de orientación estudiantil, no de una “área multidisciplinar”.
Una institución educativa con cinco sedes, dos jornadas y 2000 alumnos, por ejemplo, ¿necesita un “docente orientador” por cada 500 alumnos o un equipo de licenciados en orientación, en pedagogía, sicólogo y trabajador social mínimo? Los perfiles que se saquen a concurso no serán iguales en una perspectiva y en la otra, ni la discusión con el MEN o entre sindicatos y administraciones territoriales.
Las ciudades capitales que tienen un solo docente orientador por institución educativa, sin importar su tamaño, o las que simplemente no tienen, no se están tomando en serio algunos problemas de las instituciones educativas. En algunos barrios o zonas, el efecto se puede contar en número de estudiantes asesinados al año, en embarazos adolescentes y en jóvenes que caen en la criminalidad, porque no hay capacidad para ayudar a prevenir, así sean obvias las situaciones.
En la mayoría de las instituciones, sin entornos tan complicados, la carencia de un grupo profesional especializado en desarrollo humano y social, por llamarlo así, perjudica el logro académico —asociado a “habilidades” como persistencia, optimismo, autocontrol—, la preparación integral para la vida, la orientación vocacional, y el efecto familiar y comunitario de la institución.
Para volver a “De la desobedienciacivil de Fecode a un Índice de Compromiso con la Educación”, parecería claro que el componente Ambiente Escolar del Índice Sintético de Calidad Educativa, ISCE, es cuestionable: no solo son las “condiciones propicias para el aprendizaje en el aula de clase”, sino el entorno el que impacta la calidad, como saben explicar los orientadores escolares toderos y comprometidos.
*Especial para El Espectador.