Aliviar la angustia de un niño

jueves, agosto 11, 2016
Por Carlos E. Climent*

La función fundamental de una sociedad justa es hacer respetar los derechos fundamentales del niño.




En Colombia el maltrato infantil, con sus consecuencias devastadoras y de muy largo plazo sobre la integridad psicológica de las víctimas, ha adquirido características epidémicas. Por fortuna todas las alarmas están prendidas y se está empezando a mirar con detenimiento, una situación frente a la cual la sociedad no se había inmutado.


La primera responsabilidad de que tal aberración siga sin control es la misma sociedad que hipócritamente se alía a una justicia simplista que dilata decisiones. En el entretanto, los niños siguen siendo abusados por uno de los progenitores que se aprovecha, por cualquier razón personalista, de tan perversa alianza.

Las razones del maltrato son variadas e incluyen, entre otras, la ignorancia, los trastornos mentales de los progenitores y las frustraciones diversas que se descargan contra el niño. Sin olvidar que no pocos padres lo hacen por simple maldad, como aquellos que utilizan al niño como arma de agresión o extorsión en contra del cónyuge.

Las maneras en las cuales un niño puede ser sometido a maltrato son infinitas.

Van desde las más comunes, que son las variedades psicológicas encubiertas, a las más evidentes, como el maltrato físico que deja marcas. Entre esos dos extremos hay un sinfín de alternativas que dependen de la también infinita imaginación de la mente perversa.

En los casos de conflictos de pareja, cuando hay un supuesto maltrato y se está tratando de definir la custodia de los hijos, la justicia encuentra serias dificultades para asignársela al hombre porque priman los derechos de la madre. Y porque casi sin excepción ha sido el hombre el gran depredador. Los maltratadores de niños, al igual que los acosadores, los violadores y los asesinos de mujeres son hombres en su inmensa mayoría.

Pero ese no es siempre el caso pues hay evidencias abundantes sobre la forma como, a manos de la madre, se suceden casos de maltrato hacia sus propios hijos que pasan desapercibidos pues se justifican por las variadísimas formas que conllevan desamor. Como por ejemplo los planes disciplinarios rígidos con el pretexto de "una correcta educación" o las formas sutiles de desinterés.

Este es uno de los casos más difíciles de identificar y por tanto de evitar o intervenir terapéuticamente, porque si es una madre astuta quien ejerce el maltrato, lo hace de una manera disimulada. A ella la protege la justicia porque asume que el maltratador siempre es el hombre.
Si bien cada vez hay más casos donde se logra señalar a la madre como la depredadora, la gran mayoría de ellos probablemente siguen a la sombra pues la tendencia de las autoridades de familia es a conceder automáticamente el beneficio de la duda a la madre simplemente por esa condición y por supuesto por ser mujer.

Lo que debe primar por encima de todas las consideraciones, y de la palabra de los adultos, debe ser la palabra del niño, pues uno de los deberes más sagrados de los adultos, sean progenitores, jueces o abogados, es aliviarle la angustia al niño.

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*Carlos Clíment, es médico de la Universidad del Valle y psiquiatra de la Universidad de Harvard. Director del Departamento de Psiquiatría de la Universidad del Valle. Es autor de varios libros entre los que recuerdo "La locura lúcida", y frecuente colaborador en los periódicos de mayor circulación del país.

Artículo recomendado por la Fundación Afecto. www.afecto.org.co

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