Con
ocasión de la película “El abrazo de la serpiente”
KARAKAMATE
Y EL RETO DE LA SUPERVIVENCIA HUMANA
Bogotá,
25 de mayo de 2015
Karamakate
– el último chamán de un pueblo amazónico – es buscado por Manduca, un indio
escapado de la esclavitud. Él estaba en manos de los caucheros y un aventurero
alemán lo liberó. El germano de nombre Theodor Van Martius, sufre una extraña
enfermedad adquirida durante su aventura exploratoria por el Amazonas. Acuden
ante el poderoso y – aún joven - médico tradicional indígena en busca de
curación.
El
chamán comprende de inmediato que es la selva la que ha enfermado al
extranjero. La causa no es otra que la incapacidad del explorador de entender a
la naturaleza salvaje. Su concepción depredadora, agresiva, de explotación y
aprovechamiento irracional de los recursos naturales, genera automáticamente la
reacción defensiva de la selva.
Karamakate
descubre en el cuello del explorador un collar de su tribu e interroga al
enfermo. Éste le cuenta que tuvo contacto con ellos y que siguen vivos. El
chamán les dice a Manduca y a Van Martius que la única forma de curarlo es
buscando una planta sagrada de nombre “Yakruna” y que deben buscarla en el
sitio donde su pueblo habita.
Así
se inicia la aventura relatada en la película de Ciro Guerra con título “El
abrazo de la serpiente”. Es una extraordinaria historia que se desarrolla
principalmente en los ríos amazónicos, atravesando increíbles paisajes y
lugares de enorme belleza. El film es presentado en blanco y negro en su mayor
parte, y así, resalta de una forma impresionante la integración del ser humano
con la naturaleza, los ritmos y movimientos del agua, la lluvia, la exuberancia
de la selva, y todo el entorno natural que se muestra en medio de un viaje
épico en canoa por briosos caudales y hermosos parajes.
Pero
la historia se complementa con una narración paralela, simultánea, continua y
discontinua, con elementos y figuras que asemejamos a lo que describe la
“complejidad no lineal”. 40 años después de ese primer encuentro entre el
chamán, el explorador Theodor y su guía-amigo Manduca, otro investigador de las
plantas, el etno-botánico americano Evans, apoyándose y guiado por los libros
publicados en Alemania después de la muerte de Van Martius, va en búsqueda de
Karamakate y de la Yakruna.
Él
cree, de acuerdo a las conclusiones que dejó escritas el aventurero alemán, que
esa planta sagrada tiene la cualidad de purificar el caucho y convertirlo en un
material, que por sus características físicas, podría ser fundamental para
ganar la guerra. El momento de la aventura de Evans es la primera guerra
mundial y el caucho era un elemento fundamental en el conflicto bélico.
Es
en ese marco que se narra la historia personal de Karamakate. Se muestra en su
contacto y confrontación con los dos científicos “blancos”, la visión “en vivo
y directo” de un representante de los indios, su cosmovisión, sus propios
conflictos internos y su evolución mental. No se idealiza a nadie, ni al indio
ni al blanco ni a la selva. Se retrata al chamán en su relación y dinámica con
su extinto pueblo y el sufrimiento por haberse convertido en un “chullachaqui”, que es una especie de “alma análoga”,
un cascarón vacío de ser humano, privado de emociones y recuerdos, un ser
alienado.
De igual manera se muestran en la película los
estragos causados por la “colonización cauchera”, las violaciones y
distorsiones criminales causadas por los “hermanos” capuchinos, “los curas”,
que en su labor de evangelización cristiana prohíben a los “naturales” hablar
en su propia lengua y pensar como indígenas. Las miserias de las religiones
punitivas, desconocidas por los indígenas amazónicos, son mostradas con una
crudeza sorprendente.
La clave de la historia consiste en que Karamakate,
en la tarea de buscar la planta sagrada (Yakruna) va descubriendo lo que Manduca
ya había entendido de tiempo atrás. Que la salvación de la selva, o sea, de
toda la naturaleza y el mundo, incluyendo el ser humano mismo, no podía
realizarse sin lograr que el “hombre blanco” comprendiera la integración
absoluta que existe entre la naturaleza y el hombre.
Así va llegando a la conclusión que la resistencia
india podía adquirir nuevas formas en las que ya el “hombre blanco” no sería su
enemigo – como él identificó a Van Martius antes de su muerte (le dice que él
es la “boa depredadora”) –, sino que el objetivo se podría conseguir “haciendo
soñar” al “blanco”, que así se convertiría en agente de salvación de la
humanidad entera.
Ese aprendizaje de Karamakate pasa por el momento
en que el chamán se niega a entregarle la Yakruna a Van Martius. Quema la
planta frente a los ojos del explorador y lo deja morir. Pero 40 años después,
frente al botánico Evans, a pesar de la codicia y espíritu utilitarista
occidental mostrado por el norteamericano, decide preparar un brebaje con la planta
sagrada para “hacer soñar” al extranjero blanco, no sin antes tener una
confrontación mortal con él.
De esa forma se va llegando al emocionante
desenlace de la historia de Karamakate. Él derrota su propio “chullachaqui”.
Recuerda su pasado lleno de sabiduría ancestral indígena y realiza un gesto de
inmensa humanidad. Logra que Evans “sueñe”, que se identifique con el jaguar
americano, reciba el “abrazo de la serpiente”, vea con sus ojos salvajes la
inmensidad de la selva y del universo, y logre comprender la grandiosa
responsabilidad que tenemos los humanos frente a la naturaleza, que es parte de
la salvación de nosotros mismos.
En esa parte final también se muestra cómo Van
Martius, aún sin consumir la bebida de Yakruna, en el filo o umbral de la
muerte, logra también soñar, breve y levemente, con el jaguar. Allí, en ese
sueño conjunto y unificador de Theodor y Evans, sale a relucir la visión
integradora de la tierra, el cosmos, el universo. Se muestra la conexión entre
la forma como los indígenas americanos veían el cielo, las estrellas, las
constelaciones, las galaxias. Las figuras y los colores vivos de las culturas
amerindias se muestran en su nitidez y similitud con las fotografías más
avanzadas del universo cósmico realizadas por la NASA.
En esta película, que es toda una obra de arte, se
puede apreciar vívidamente la confrontación y a la vez, el encuentro, por un
lado, entre el pensamiento mágico de los pueblos ancestrales americanos,
mostrado y estudiado entre otros por Carlos Castaneda (“Las enseñanzas de Don
Juan”), y por el otro, el pensamiento lógico-racional del mundo occidental
heredero de los griegos, pero desviado hacia el determinismo por la
racionalidad judeo-cristiana.
Algunos comentaristas reducen el contenido de la
película a una denuncia – hecha con voz propia por los indios – de las
violaciones, vejaciones, arrasamiento y exterminio sufrido por los pueblos
amazónicos a manos de los diferentes tipos de colonizadores. Eso es cierto.
Pero es mucho más. Es la reivindicación de la sabiduría ancestral indígena, la
vigencia de su visión ecológica que era fruto de su interrelación natural con
la selva. Pero además, es un mensaje directo a la sociedad humana en el sentido
de aprovechar ese conocimiento mágico, holístico, cósmico e integral, para
diseñar un pensamiento avanzado que nos permita enfrentar el reto de garantizar
la sobrevivencia humana frente al enorme y criminal deterioro ambiental causado
por el sistema capitalista, depredador y despiadado.
Al final del film ocurre algo maravilloso. Evans le comparte casualmente al chamán la música de “La Creación” de Haydin y entonces Karamakate entiende perfectamente que los “blancos” también son capaces de “soñar”, y por ello cambia su actitud. Ciro Guerra, el director de la obra explica esa escena diciendo: “el arte es un camino y aunque en nuestra sociedad lo veamos como un entretenimiento, es algo mucho más profundo. Los indígenas lo reconocen muy bien y el arte occidental les genera mucho respeto, porque sienten que allí, también, hay una voz”.
Al final del film ocurre algo maravilloso. Evans le comparte casualmente al chamán la música de “La Creación” de Haydin y entonces Karamakate entiende perfectamente que los “blancos” también son capaces de “soñar”, y por ello cambia su actitud. Ciro Guerra, el director de la obra explica esa escena diciendo: “el arte es un camino y aunque en nuestra sociedad lo veamos como un entretenimiento, es algo mucho más profundo. Los indígenas lo reconocen muy bien y el arte occidental les genera mucho respeto, porque sienten que allí, también, hay una voz”.
Las ciencias de la complejidad avanzan hoy en día
en esa dirección. Por ello diría que esta es una película hecha con una visión
“cuántica”. Es el primer film realizado por un colombiano que alcanza una
dimensión universal y de gran proyección hacia el futuro.